XV
Se acomoda el estrado del mechero.
Carraspea el hisopo.
Con brío lánguido - atizar brumoso -,
la eternidad, coqueta, ante el espejo,
en su traje vandálico. Los vuelos
- mirtos, lorzas... - frufrúan. Por los hombros,
la jarana de broches. En el pecho
el escote palpita. Perentorios
brazos: un rezagado crisantemo,
de las caderas a la nuca. Nítida,
la tirria de las lámparas: degüellos:
preseas: aneurismas.
Yo, felino cojín, inmóvil, tenso:
la eternidad se pinta en mis pupilas.
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