Cortejo y Epinicio.
Santiago: Cruz del Sur, 1949.

 

 

DE LA TIERRA
Y EL HOMBRE


LXVII


La tierra lame los cuerpos y los cuerpos caen a la tierra.
Agua de tierra y sal de tierra penetran en los huesos.
Crece la luz en la vorágine de hombres salando la tierra.
Hasta la cubierta del odio está plena de tierra.
Hasta la risa y el llanto saben de lo hondo y sereno.
El azul pide alas a la tierra y la tierra crea alas en sus venas.

Se precipita la luna
sobre la húmeda tierra
y azota su granito
en la miel y en el llanto:
y es la tierra de tierra
y es la luna de tierra,
y en la tierra estremece
su caudal y su leño
el hombre,
y en su canto en la tierra,
de tierra alborozada.
Y en el último palio
del arroyo de tierra
en el último ojo
de pupila de tierra,
en la sola rompiente
de sonora materia,
cruje al tierra toda
su material de tierra.

Ritmo de aguja nacida al alba, ritmo de paso de agua,
suben hasta la tierra, cumbre en al cumbre.
Todo rompe tejidos. Todo muere.
Mueren la rama del aire y el aire.
Mueren ala y pájaro, brote y pétalo.
Mueren el brazo del hombre y el hombre.
Las cúpulas tocan la tierra; el nacimiento del barro toca el cielo.
Desde el centro del infinito la tierra y el hombre se precipitan.

Se precipita el llanto.
Se precipita el hombre.
Al alba la tierra se levanta
y el hombre socava
socavando su oído.
Y es el sabor de la tierra
y es el sonido inmenso de la tierra
el que ruge y estalla.

Abajo está la tierra
arriba está su canto,
y es el hombre su canto,
y es su canto de tierra.

El hombre lame la tierra y la tierra cae al hombre.
El hombre penetra a la tierra.
Y el llanto de la tierra humedece la frente del hombre.

La tierra con su honda cavidad,
lecho de luz,
prepara el sueño.
Hay que dormir el sueño de la tierra.
Hay que dormir.
Dormir.
Apoyar en la tierra
la frente tranquila.
Apretar con uña y boca y sed
la sonora cascada de tierra,
su turbulenta caja
navegando a la paz.

Como grito de agua, el tiempo penetra en la tierra de huesos.
Va hacia el dormido.
Le pregunta si el sueño tiene sabor a tierra.
                     Y el dormido no sabe si decir
                                          “Quiero”
                                                               o callar.
Pero el tiempo no cesa su pregunta.

Y el dormido no sabe
si lo que su sueño roza
es la tierra o sus huesos.

David Rosenmann-Taub. Cortejo y epinicio.
Santiago de Chile: Cruz del Sur, 1949, p. 153.